miércoles, 6 de noviembre de 2013

La pasión según San Mateo

Muchas veces las relaciones entre los seres humanos se sostienen en malentendidos. Por ejemplo, Knall y yo, acabamos por convertirnos en buenos amigos. Ya que es a él a quen debo el haber encontrado en lo más profundo de mi angustia o que incoscientemente llamamos Dios, de haber percibido la música de las esferas bajo un cielo, sin embargo, cerrado. Es a él a quien debo la exaltación más inquietante de mi infancia: "La Pasion según San Mateo". Tengo que decir que a partir de ese día, Knall ya nunca más me levantó la mano. Seguía manejando la regla para persuadir a mamá de sus cualidades de profesor. Pero ya nunca más me tocó esa vara, ya nunca más mi hirío moralmente, ya que el gesto me humillaba más que los golpes.
Pero ya lo anticipo: ¡que importa!
Acababa de cumplir diez años. El Maestro de capilla había explicado a mamá que, para mi formación musical, era indispensable hacerme escuchar la célebre obra de Juan Sebastian Bach. Entonces, podría, con conocimiento de causa, tocar las fugas y los preludios del maestro.
En nuestra ciudad, la ejecución de la "Pasión según san Mateo" ten´nia lugar todos los Viernes santos y se ensayaba durante mucho tiempo como un evento extraordinario. La competencia de los vocalistas se discutía con meses de anticipación. La primera parte comenzaba al comienzo de la tarde, luego, después de una pausa bastante larga, para permitir la recomposición del público, la segunda parte, todavía más dramática, duraba hasta la caída de la noche.
Yo no había pestañeado ante la propuesta de Knall, para no delatar mi entusiasmo: así mi padre podía pensar que sería un incordio para mi escuchar durante cuatro largas horas esta música espiritual, tan austera y solemne.
Qué extraña paréja la que debíamos hacer, el gnomo hoffmaniano, tocado con sombrero de copa, de la mano de una pequeña pelirroja con cara transparente de emoción, vestida de negro como una huérfana, puesto que para la ceremonia, todo el mundo debía vestirse de negro.
Permanecía en mi asiento, muy prudente y derecha, mientra mi corazón me latía en la garganta.
Apenas escuché el primer sollozo del coro, ya supe, sin ido jamás a catequesis, lo que significa la palabra "Dios". Estaba sobre las huellas de lo Eterno. Surgía de esta música, venía a mi en una presencia más real que en el perfume de una rosa.
En lo alto, en el escenario, seres humanos cantaban con las gargantas de los ángeles. Me diluía, liberada, muerta. Me sentía en comunión con todos los que jamás habían sufrido.
Era la salvación, el refugio en el que nadie podría alcanzarme.
A partir de ahora, mi madre podría atormentarme, flagelarme, martirizarme: estaba a salvo en el trampolín del infitino. Estos sonidos jamás podría arrebatármelos, se repitirían en mi, tantas veces como yo quisiera! La grave voz del órgano cubriría los gritos de mamá sin que ella pudiese percatarse de ningún ruido.
Nadie escucharía cantar en mi el lamento de las hijas de Sión: "Veniz, hijas mías, y llorad conmigo.
La suavidad de los violines que acompañaban al recital me conmueven hasta lo más profundo de mi recóndita existencia. La fe, la humildad, la piedad, todas las grandes virtudes que un genio sabía expresar, me fueron releveladas por vez primera. Cerré los ojos y contemplé el firmamento. Nunca había estado tan estrellado. ¿habría entonces que cerrar los ojos para empezar a ver?
Lágrimas de felicidad resbalaban hasta mi falda. No podía moverme, por eso no podía coger mi pañuelo. Me agarraba a las notas del órgano como a un ancla divina para no ahogarme en la marea de beatitud. Pero la emoción se redoblaba. Se me escapaban sollozos a cada momento, las lágrimas me inundaban.
Knal me da un codazo y susurra:
-¡compórtate por Dios!, Silencio, o nos echará de la sala.
Obediente, intenté recuperarme. Acostumbrada a mantener mis gritos en suspenso, no conseguía reponerme. Y entonces finalmente una mágica voz de alto se eleva en semitonos cromáticos sobre un adorable ritmo a tres tiempos, transportada po rla orquesta y dos flautas celestes:
"El remordimiento, el remordimiento carcome mi culpable corazón..." perdí absolutamente el control de misma y rompí a llorar con grandes convulsiones. Este delirio se colaba a mi corazón por las orejas, se convertía en una corriente de sollozos. "chist, chist", hacían lo de alrededor. Knall me agarra por la mano y me arrastra hacia la salida. Al llegar a casa nos detuvimos. Me sacudía, pero yo no lograba contener mi llanto.
-Ei, ei, por Dios...escuchaba lejano el retumbar de mi profesor. Su voz no tenía el timbre habitual.
Yo aguadaba desaires, reprimendas, vejaciones. Y de repente sentí como sobre mi cara pasaba un trozo de tela áspero, que olía a tabaco y catarro crónico: el pañuelo del Maestro de capilla.
Enjuagaba mis lágrimas. Abrí los ojos. Alrededor de su boca, siempre tan dura, del anciano, percibí una sonrisa paternal y compasiva.
Entonces, desbordante de amor por todo ser vivo, me inclinaba sobre esta vieja mano de marfil, esculpida en finos relieves por la gota, y la besé.
A partir de entonces aquella mano ya no volvió a levantar la regla.


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