domingo, 10 de noviembre de 2013

La amiga

Mi compañera nueva de clase era una niña de cabellos de lino. En el recreo me preguntó:
-¿Quieres ser mi amiga?
Me zambullí en su ojos, podía verse allí todo el cielo.
-Si, respondí, superorgullosa, puesto que era mayor que yo.
Y añadió imperiosamente:
-Sólo que no tendrá otra amiga que no sea yo.
Que otra niña pudiese prendarse a su vez de lo s dos nomeolvides que eran sus ojos, era una idea que desde ese instante ya me torturaba.
La pequeña no entendió nada pero asintió dócilmente con un signo de cabeza. Luego paso deprisa a otro tema.
-Tengo un perro, dijo.
Se me contrajo el corazón. Que tuviese un perro me apenaba, presentía dolorosamente que tendría que compartir su amor.
Y entonces traté se sobrepasarla:
-Yo, yo tengo un hermano.
Ella seguía:
-¿cuántas muñecas tienes? Yo tengo once. Tres saben hablar y una canta la primera estrofa del himno nacional.
-Yo, trece, dije. Muchas de ellas andan y tengo un oficial de marina que hace el saludo militar.
Ya que seguramente, si supiese que a parte de Melusine, yo no tenía más que un pequeño marinero destrozado habría preferido a otra niña.
Lánguidamente contemplé sus ojos de porcelana. Ella misma parecía una bella muñeca. Sentí cómo mi corazón se agitaba apasionadamente. Estaba seducida, extasiada. Durante la clase, a cada rato miraba de refilón los finos cabellos rubios que pertenecían a mi amiga y a partir de ahora también un poco a mi.
B..e.t..t..i...n.a....   Bettina. un nombre que se derretía como un bombón sobre la lengua. ¿Existía en todo el mundo otro nombre más bonito?
Sus deditos, pintados de rosa, sujetaban con fuerza un portaplumas de marfil -una preciosidad-en el que se veía por un diminuto hueco una torre en filigrana de otro país: la Torre Eiffel. En su coqueto puño, bailaba una medalla colgada de un brazalete de oro. Estaba prendada de todo lo que llevaba. La habría acariciado voluntariamente, como lo hacía con mi muñeca Mélusine. ¿Pero está permitido acariciar a una amiga? Sondeé el problema con la mayor seriedad. Y luego me invadió un ansia generosa de ofrecerle algo. ¿regalarle que? si ¿que? Yo no tenía nada, absolutamente nada.
Tuve una idea. A pesar del riesgo a un castigo de la profesora comencé a arrancar una hoja de mi libreta. Me hizo buena falta un cuarto de hora para este trabajo ya que el menor ruido podía delatarme. Luego empapé a fondo mi portaplumas en el tintero. Una bella mancha negra se despliega ahora en el papel que doblo en dos. Al abrir la hoja, una inmensa mariposa lo adornaba. Una cucada de mariposa, con unas alas sorprendentemente dibujadas.
En este momento, el reloj señaló el fin de la clase. Ofrecí mi obra maestra a Bettina. Me lo agradece con indulgencia y me arrastra a continuación  et m´entraîna à sa suite, comme elle aût tiré, derrière elle, con chien.
A la puerta del colegio, las madres, hermanos mayores, criadas y chórefes esperaban a los niños. Pero la mayoría regresaban solos a casa, como yo.
Mi amiguita, de repente, de deja plantada y corre a acogerse en los brazos de una señora que tenía sus mismos cabellos y dos maravillosas aguamarinas engarzadas en las órbitas, protegidas por gafas, como dos joyas en una vitrina. Bettina, agarrándose a su cuello la cubrió la cara a besos. Colgada de esta forma no le apetecía volver a bajar a tierra, a esta tierra en la que yo permanecía, yo, más apenada que nunca, con los pies paralizados, un atroz mordisco en el corazón.
Este minuto, en el que la niña permaneció colgada al cuello de su madre, fue para mi más grande que la eternidad.
Hasta entonces, jamás en toda mi vida me había sentido tan abandonada. Pues Bettina se había olvidado de todo: el colegio, la calle, la hora, el pacto de amistad sellado hacía un momento,  en el que yo había creído! ¿por qué mi corazón se agitaba así? Ignoraba que esta quemazón se llamaban celos. Si, estaba celosa de la madre que acaparaba el amor de mi nueva amiga, y de la niña que tenía una verdadera madre.
Al final, Bettina se acordó de mi. Tomó a su madre de la mano y me la acerca fogosamente.
-Mami, esta es Clarisse.
La señora de las aguamarinas se inclina hacia mi y me abraza, con dulzura y compunción, como abrazan las madres. Sus ojos azul intenso me envuelven en una nuebe azul. Me regaló un anticipo del cielo.
-¿Quieres venir el domingo a jugar con Bettina?
Balbucí: "Oh...oh....si...si...gracias!"
y luego me fui corriendo ya que mes ojos se llenaban de lágrimas.
Corriendo hacia casa sentía sobre mis labios el gusto del beso que una madre extraña me había dado. ¡Oh! ¡Cómo me había saciado aquel beso! Me había llenado como si hubiese comido toda clase de golosinas: miel, pasas de Málaga o pastel de almendras. Oh, aquellos labios de olor a frambuesa! Más tiernos que los pétalos de rosa, no desteñían como los de mamá, siempre maquillados de un rojo grasiento. Y el recogido de oro pálido que llevaba en la nuca, lucía como la estopa! No aquellos bucles que olían a las planchas del peluquero a los que había que acercarse con cuidado los días en que ante los invitados teníamos que simular abrazar a mama y representar la pantomina de la unión familiar.
El perfume cálido y cautivador de una madre! ¿era posible que Bettina fuese inconsciente de su felicidad como yo de mi desgracia?
Me mordí los labios. Se me había enseñado que se debía ser duro para con uno mismo. Probé a recitar la tabla de multiplicar. Pero no lo conseguí. Todo ardía ante mis ojos, no veía con claridad. Las casas se bamboleaban tras una cortina transparente de lágrimas.Corría entre dos hileras de madres rubias con ojos azules y todas me decían con una voz cariñosa:
"Ven...el domingo...el próximo domingo...a jugar con Bettina....ven, ven!"
Entré bajo una puerta cochera y me escurrí hacia un vestíbulo desconocido, en un rincón sombrío. Allí escondida, pegada contra la pared, mi tristeza brotó de la boca, de los ojos, de los brazos, por las piernas. Pataleaba de dolor, golpeando los ladrillos con mis crispados puños.
Si, ahora lo sabía. ¡sabía lo que significaba ser un niño! Ser acunado, mimado, protegido...ser abrazado!
Yo, que tenía una madre, era más huérfana que la pequeña Baladine, la hija del administrador de nuestra casa a quien la muerte acababa de arrebatarle a su madre.

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