viernes, 1 de noviembre de 2013

El secreto

Esta noche, hacia las cuatro, un ruido ligero me despierta. El ruido procedía des saloncito pegado a mi habitación. Bajo la puerta entreveía un rayo de luz. Disolvía las tinieblas. Todo aparecía más ligero, menos hostil. Un murmullo de seda, un susurro de tafetán, frufrús cargados de electricidad. En el mundo entero, en cualquier latitud, los niños -blancos, amarillos o negros- llaman a su madre, cuando la noche les abruma. Y a toda prisa, la madre está en la cabecera de su cama, se inclina sobre los pequeños con ojos que brillan como lámparas y los reconfortan. Por qué yo no tenía derecho a llamar? ¿Por qué? Porque ella volvía tarde de un lugar misterioso. Yo estaba segura que había un secreto, puesto que desde el momento en que papa hacía la menor alusión a las salidas nocturnas de mama, esta era presa de unas súbitos ataques de cólera. Oh, sobre todo no reaccionar...no dar a entender que me había dado cuenta, que me agarraba a ese rumor que aliviaba un poco mi soledad.
Entonces permanecía inmóbil, y mi imaginación me desplegaba bajo lunáticos colores la aventura de la que mamá regresaba. ¿Que enigma se disimulaba bajo su cara empolvada de blanco, bajo su boca maquillada de rojo? Esa conducta vibrante y como ensordecedora, las noches en que ella casi amablemente nos decía a todos: Buenas noches! En esos momentos, era tan bella. Sus rasgos pedían todo lo que habitualmente nos amedrentaba. Por poco tiempo, olvidábamos el terror que nos inspiraba. Pero ese encanto que se apoderaba de ella no era para nosotros. Nos estaba negado, adivinaba yo con unos celos sordos!En esta época, mi corazó de niña todavía pertenecía a mamá. No le guardaba rencor por sus palizas. Se necesita mucho tiempo y muchas comparaciones con niños privilegiados para comprender su maldad.
Oh, como me habría gustado poder amarla...
Aguardaba, llena de nostalgia, el momento en que saliese del salon para ir a acostarse a la habitación. Esta mujer, tan violenta durante el día, se movía por la noche con dulzura y tocaba los objetos con la precaución de una ladrona.
Por fin, el silencio regresaba. Me deslizaba hacia la puerta, la abría. Me dirigía tanteando hacia el perfume que emanaba de los vestidos de mamá extendido sobre el sillón en que la doncella los encontraría de mañana para ordenarlos. La habitación completa estaba llena de mamá. Flotaba allí un olor ácido, caliente, animal. Hundía mi rostro en los incontables volantes de las enagua. Seducida, los olisqueaba con la nariz. El olor juega un importante papel en la atracción.
Humo de cigarros, polvo de la calle, secrecciones íntimas, sudor, champán derramado, toda esta mezcla componía un misterio insondable. Me embriagaba, me extasiaba. La música de la seda, que el cuerpo de mamá había entibiado, me exaltaba. Aspiraba la tela, la chupaba como un niño que busca el pecho. El tafetán balbucía con las caricias de mis dedos. Gritaba como un juguete... ¿y si lo llevaba a mi cama?...Casi todos los niños experimentan la la necesidad de dormirse apretando contra sí algún objeto amado. Tienen, sobre todo durante la noche, una enorme sed de amor, mientras su organismo es el foco mágico de tantos cambios, miembras que su corazon y sus miembros crecen y maduran.¿como soportar este esfuerzo si no se tiene al aldo un ser que vele por uno sino únicamente un perro de fieltro o un oso de peluche?
Me incautaba del vestido y lo llevaba a acostarse conmigo, lo apretaba contra mi cara. Nos estaba terminantemente prohibido llevar juguetes a la cama. Así fue como robé por una noche una parcela de ilusión: la piel satinada de mi madre.
Era una forma de refugiarme en ella, en ese cuerpo que seis años anos me había contenido y traído al mundo.

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